lunes, 1 de agosto de 2011

Mi foto
Amables lectores: Los interesados en mi libro
"De Bolombolo a Aracataca" lo pueden adquirir en el link:
www.lalibreriadelau.com

Se trata de una librería de reconocida honorabilidad internacional y agilidad en los envíos a cualquier lugar de Colombia y del mundo. Deben escribir el nombre del libro o del autor al inicio de dicha página, en el espacio dispuesto para ello. Los derechos de autor del libro fueron cedidos por éste a la Universidad del Magdalena, universidad pública ubicada en la ciudad de Santa Marta, Caribe colombiano. El prólogo del libro, la presentación y el inicio los pueden leer al final de este blog. Muchas gracias.
Álvaro González Uribe
¿Balas perdidas?
Por Álvaro González Uribe
Julio 29 de 2011

Si vamos a eso, no solo las perdidas son las balas. También hay granadas perdidas, cilindros bombas perdidos, minas antipersonales perdidas, carros bombas perdidos, moto serrazos perdidos, violaciones perdidas, abusos de autoridad perdidos, estafas perdidas, secuestros perdidos, peculados perdidos, montajes perdidos, vacunas perdidas, gobiernos perdidos y decenas de atropellos perdidos.

Es que esas balas se llaman perdidas porque dicen los medios y las autoridades que no van dirigidas a la persona que las encuentra sino a otra, o dizque porque no van orientadas a ninguna persona ya que salen a dar un paseo por ahí. Por eso dicen que las balas son perdidas, porque salen escupidas de cualquier cañón a vagar sin rumbo por el aire colombiano a ver quién se les interpone en su ruta veloz para rasgarle la piel y después sus órganos y después el sosiego y la alegría de quienes lo quieren; o porque salen con nombre propio pero otro nombre propio se interpone en su camino; o porque salen solo a estirar las piernas sin rumbo en cualquier parte y encuentran a alguien que sin querer ni saber les da un destino en su cuerpo. Sea lo que fuere, cumplen puntualmente su cita a ciegas o prevista con la víctima.

(Para que lleguen a todas partes y sin discriminación alguna, y sean contundentes y precisas ¿por qué mejor no hay cartillas perdidas, medicinas perdidas, comida perdida, viviendas perdidas, ropa perdida, empleos perdidos, pensiones perdidas, paz perdida y felicidad perdida?).

Yo sé: es que se trata de la violencia perdida, de una violencia que sale de cualquier parte a herir, a matar, a desaparecer, a despojar, a desplazar, a robar, a violar, a obligar a votar o a no votar, a arrollar en calles y carreteras, a injuriar, a romper derechos. Es perdida, claro, perdida por donde se le mire, perdida por muchas razones: porque es una modalidad de violencia indiscriminada, sorda, ciega, muda “sin-mediar-palabra”, eso: una violencia sin sentido. Una violencia porque-sí; porque en últimas todo lo conseguido por la violencia es perdido.

Las balas circulan, toman el sol o el fresco; las balas salen de una casa y se suben a un bus, a una moto o toman un taxi. Navegan raudas encima de calles y aceras, a veces doblan esquinas y hasta respetan los semáforos, cazan en los bosques, ¡en los bosques de caperucita roja!, juegan veloces en los parques, ¡en los parques infantiles!, es que paradójicamente aciertan más en los blancos pequeños cuando se supone que a mayor volumen y extensión es menos difícil errar, como se comprobó una vez más con Valentina de seis años quien murió el lunes pasado en Medellín porque la encontró una “bala perdida”.

Las balas salen cualquier día y a cualquier hora y pagan un boleto cualquiera para entrar a cualquier parte y terminan su rumbo en cualquier ser humano. Entran a cualquier sitio porque no tienen lugar vedado: entran a un colegio, a una guardería, a una casa de familia, a un banco, a un carro, hasta a un avión han entrado.

Pero entonces es que el problema -la tragedia- no son las balas perdidas en sí, ni son las decenas de objetos contundentes, afilados y dentados perdidos que encuentran vidas y las vuelven perdidas, no. Y tampoco el problema -la tragedia- es esa violencia perdida durante 500 años, no: El problema -la tragedia histórica- somos millones de colombianos perdidos, deambulando como zombis, buscando un destino, errando en un paraíso perdido.

Eso: el problema es un país perdido, es Colombia como nación perdida desde hace 201 años. Perdida, qué digo, no es perdida porque no se puede perder quien nunca ha tenido un rumbo; no se extravía lo que nunca ha tenido sitio ni destino ni sendero. ¡Ay Valentina!, ¡Ay Valentinas y Valentinas! ¡Ay Colombialma!
Corrupción: más que un robo
Por Álvaro González Uribe
Julio 22 de 2011

La corrupción en altas proporciones y en tantos ámbitos, además del gran vacío que le deja al erario público -es decir, a los ciudadanos- genera tres perversas consecuencias: Primera, la mengua en la legitimidad del Estado y de los gobiernos; segundo, el desaliento de los ciudadanos hacia el pago de impuestos; y, tercero, el desprestigio de la democracia como sistema.

El robo es lo que primero se mira, se critica e indigna. Lógico, porque es el efecto inicial y la carne suculenta de los escándalos que se publican. Sin embargo, las secuelas posteriores son más dañinas.

Es muy difícil creer en un Estado tramposo y ladrón, en su autoridad para imponer normas, y en sus lineamientos y políticas. El desprestigio causado por la corrupción lleva a un descreimiento por las instituciones que puede ocasionar un desgobierno. Obviamente, la corrupción no es cometida por el Estado, persona jurídica que no actúa por sí sola sino por medio de funcionarios que la manejan, y que en conjunto se llaman gobierno que a su vez representa al Estado. Pero todos los conceptos quedan manchados.

Eso es lo mismo que busca la guerrilla hace mucho y que no ha logrado, pese a la ineficiencia en el tema de los últimos 18 gobiernos. Sin embargo, la corrupción en la magnitud y extensión que hoy estamos viendo puede lograr ese descrédito. Los funcionarios corruptos y sus cómplices privados le están haciendo el trabajo a la guerrilla, pese a que ésta además de sus medios inaceptables es también corrupta. Pero de la guerrilla no esperamos pulcritud porque además tampoco votamos por ella ni la queremos.

Así pues, la corrupción resulta siendo subversiva: carcome la legitimidad del Estado y mina su credibilidad hasta convertirlo en un fardo. Y no discuto acá bajo cuál gobierno ocurrieron los actuales hechos ni bajo cuál se investigan, quiero ir más hondo: la imagen general que está quedando es la de un Estado que no hace su trabajo, no vigila el dinero que le damos con el objeto de que nos haga obras y nos preste servicios, y que se lo deja robar de unos cuantos. ¿Entonces para qué sirve una cosa así?

Por otro lado, la corrupción origina desconfianza que a su vez genera cultura del no pago. ¿Quién va a querer pagar sus impuestos en la cantidad establecida y a tiempo, si sabe que se los robarán? ¿Quién quiere seguir trabajando para esos señores que están hoy en La Picota unos, en cargos públicos otros, o en empresas privadas los demás? Nadie. Los países menos corruptos tienen la mayor cultura de pago de impuestos.

Pero hay más: la democracia también sale muy maltrecha con tanta corrupción, quizás está herida de muerte. A fin de cuentas, la democracia es el camino por el que se llega a manejar el Estado y la cancha en la cual éste juega, y la corrupción también la desprestigia como sistema, tanto por ser el camino técnico hacia un fin y a la vez fin, como por estar impregnada de corrupción en su proceso. En campañas y elecciones empieza la ruta de la corrupción, el "iter criminis” que llaman los penalistas.

La corrupción vicia entonces el camino, el fin o poder que otorga, y el establecimiento que conforman: democracia, gobierno y Estado quedan desprestigiados y en duda, en una inmensa duda que los deja agonizantes; ¿quién los puede reemplazar? No quiero ni pensar en la respuesta.

Más atención, que aquí no solo estamos jugando a policías y ladrones: quizás asistimos al derrumbamiento de un sistema social y político sin que siquiera estemos pensando en idear un cambio democrático y legal profundo. Y hay buitres merodeando…

Ya están tejiendo la red
Por Álvaro González Uribe
Julio 15 de 2011

Faltan tres meses y medio. Decir que la trampa apenas se empieza a urdir sería ingenuo y un contrasentido histórico. Sin embargo, a pesar de esa aplicada labor de años, aún se puede reducir en algo el botín, así uno se sienta escribiendo la misma columna previa a todas las elecciones de Colombia.

Sin que tampoco sea un requisito ni eso me dé más credibilidad que otros columnistas -ni más faltaba-, sobre este tema puedo escribir sin que me digan “entonces métase usted y no hable tanto”, pues para mal o para bien pasé por varias campañas electorales como candidato, como cargaladrillos, como directivo y como veedor imparcial, muchas veces sin éxito, quizás por pensar así.

Por eso puedo y debo y tengo que escribir de nuevo esto, porque siento toda la autoridad que me dan la experiencia, la observación de la realidad política colombiana y, en especial hoy, las lecturas de las recientes investigaciones realizadas por organizaciones como la MOE y Nuevo Arco Iris, en buena hora escuchadas por el Gobierno.

Esta cosa meses antes de unas elecciones, en que publican y publican investigaciones, en que advierten y advierten, en que se observa en vitrina cómo trazan a la luz del día el mismo camino de siempre, me recuerda la voz de mi mamá cuando niño: “Mijo, cuidado, no se meta ahí, se va a caer, le va a dar gripa, mijo, hágame caso…”, pero nada: uno se metía ahí, y uno se caía y a uno le daba gripa.

Ya habló el Ministro. No sobra un primer dique trancado por el Estado, para que al menos no se vea tan vergonzoso, pero los peces gordos hace mucho entendieron que es mejor actuar con testaferros sin estrenar juzgados, a veces no tan testaferros porque son cónyuges, sobrinos, hijos, hermanos y prójimos con cien grados centígrados de consanguinidad, afinidad y complicidad. Así que como siempre casi todos llegarán indemnes a los tarjetones en retratos hablados o prestados.

Con validez jurídica dijo el Ministro que el Gobierno actuará hasta donde legalmente pueda, y que ya todo queda en manos de los partidos y la nueva ley. ¡Qué pena!, se actúa en derecho, sí, pero este asunto no le quedará a los partidos, y el Ministro lo sabe porque además éstos ya le protestaron pese a las dudosas o insuficientes purgas internas que están aplicando por ventanilla única.

Este asunto nuevamente le llegará vivo a los electores el día de elecciones, y quedará en las manos de nosotros. De nosotros tan débiles, tan ignorantes, tan picaritos, tan inmediatistas, tan necesitados, tan desesperanzados, tan desentendidos, tan trashumantes, tan bobos, tan confundidos, tan amenazados, tan deslumbrados, tan engañados, tan pueblo.

Qué más da que sean Bacrim, mafia, guerrilla, paracos, rancios caciques, politiqueros, ignorancia ciudadana, dineros públicos, bajas o altas presiones, violaciones a la inocua ley de garantías, fraudes, compraventa, permuta, superación de topes, nepotismo, pin uno, pin dos, pin tres…, pin ocho y candidatos mentirosos, qué más da, es lo mismo: democracia bajo presión, precio, engaño, nexos, error o molicie.

Algo harán: a algunos candidatos les impedirán que se postulen, a varios elegidos les quitarán la investidura (a veces después de cumplido el periodo), a otros pillarán en “conducta tipificada en el Código Penal como delito contra el sufragio”, en fin, algo harán, pero mínimo frente al lodazal gigantesco.

Yo prometo que no volveré a decir “se los dije” aunque advierto que es posible que no cumpla, si me dejan. Pero el problema no es este columnista gritando en el vacío, el problema hombre es Colombia cada vez más p’atrás, inequitativa y violenta por mal manejadita, por elegir tanta gente regularcita, mal, gracias.
¿Y dónde está el pepino?
Por Álvaro González Uribe
Junio 8 de 2011

Las agencias de investigación internacionales no han tenido éxito en la búsqueda del origen de la nueva amenaza terrorista que se cierne sobre el mundo, y tampoco hay certeza sobre sus creadores. Se trata de una letal arma biológica que tiene en arduos trabajos tanto a los científicos como a las autoridades.

Las pesquisas se han enfocado en supermercados, huertos, restaurantes, canastos, empaques, costales y camiones, pero ya fueron extendidas a los aeropuertos, fronteras, y muelles marítimos y fluviales.

Se trata de una nueva versión corregida, aumentada y repotenciada de la bacteria Escherichia coli, alias “E. coli”, la cual, según las investigaciones hasta ahora adelantadas, se camufla en uno o varios pepinos cuyo rastreo ha sido infructuoso, aunque también hay sospechas de que se mimetiza perfectamente en tomates, lechugas y otras hortalizas.

Ya ha causado varios muertos y armó un tremendo conflicto interno dentro de Europa, pues Alemania acusó apresuradamente a España de ser el país originario de la temible arma. Le dicen “La Guerra de los Pepinos” y amenaza con extenderse por todo el mundo.

Las sospechas se orientan hacia España debido al grupo terrorista Eta, y también por ser un país residencia histórica de los hermanos árabes. Lo último se debe a que no se descarta, y más bien hay serios indicios, de que el arma fue creada por Al Qaeda y difundida por una célula suya autodenominada “Los Pepinos” -aunque también se habla de “Los Tomates” y de “Las Lechugas con Burka”-, como retaliación por el reciente abatimiento de Osama bin Laden cuya muerte han jurado vengar sus amigos.

En los aeropuertos hay alerta roja y gran confusión, pues como se están utilizando las nuevas impudorosas máquinas de rayos XXX para inspeccionar a los pasajeros, se han presentado varias falsas alarmas en la búsqueda de los pepinos en el momento de examinar a ciertos viajeros masculinos. Se dice que en los aeropuertos franceses algunas agentes mujeres ha exclamado varias veces en tono nervioso el clásico “¡mon dieu!” (no puedo mencionar acá su versión caribe), ante el avistamiento en pantalla de supuestos pepinos 9 mm, a pesar de que se ha dicho que el tamaño no importa, pues el arma es mortal en cualquier dimensión.

El desconcierto es total. En estos momentos hay un bloque de búsqueda elite integrado por científicos y agencias especiales de seguridad europeas y estadounidenses, investigando exhaustivamente la huerta casera encontrada en la casa donde cayó Osama en Pakistán.

En el patio de la mansión fue hallado un huerto con gran variedad de pepinos, arbustos de mostaza gaseosa, arracachas cruzadas con Al Qa-chofas y sandías chinas explosivas, patatas bomba, pringamozas polinizadas por abejas africanas, y una extraña planta mezcla entre frijol recalenta’o, repollo, brócoli y coliflor regada con leche de camello, comúnmente usada en el lanzamiento de torpedos tierra aire.

Al parecer el jeque de Al Qaeda estaba desarrollando armas biológicas para atacar al demonio occidental, y todo apunta a que algunas alcanzaron a salir en fase de experimentación. Sin embargo, hasta ahora solo se trata de especulaciones, aunque cunde el caos porque no hay señas del pepino portador ni de su origen exacto.

De todas maneras, el Consejo de Seguridad de la ONU se reunirá en las próximas horas para analizar la sospechosa respuesta de Chávez en su última alocución de Aló Presidente cuando le preguntaron por el asunto: “Me importa un pepino”.
En mi puerto...
Por Álvaro González Uribe
(Santa Marta, julio 8 de 2011)

Sentado en este pequeño muro otrora playa mis pies cuelgan encima del océano. Lo pienso como océano y lo nombro como tal cuando imagino todo el planeta donde englobados ambos viajamos por el universo; y lo pienso como mar y así le digo cuando lo respiro como morada, camino, botín y catacumbas de taínos, caribes, conquistadores, esclavos africanos, piratas y tantos más que aún merodean por aquí.

Pero bueno, ahora sólo espero que por el horizonte aparezca lejana la próxima pregunta navegante cada vez creciendo al acercarse a mi puerto. Todos los barcos son inmensas preguntas: ¿Qué traerá? ¿De dónde vendrá? ¿Cuánto tiempo sin tocar tierra? ¿De dónde será?

Tengo bajo mis pies y frente a mí al Mar Océano, al Mar de Colón o al Mediterráneo Americano, como le llamaron al rasgar su velo a cañonazos. Las palmas de mis manos apoyadas sobre el borde del muro a un metro sobre el nivel del mar, que dicen técnicamente. A veces me salpican gotas de océano cuando una ola cimarrona se atreve a desordenar la serenidad de la bahía.

El barco se aproxima, poco a poco crece. Se acerca la gran pregunta. Inevitablemente me atracan esas preguntas que sé nunca tendrán respuestas, porque además tampoco me interesa averiguarlas. ¿De dónde ayer o antier? ¿Para dónde mañana o pasado mañana? ¿Quién y qué y cuánto adentro o encima? Mejor así como peguntas puras y limpias. Una pregunta sólo es tal si no la trunca una respuesta. Una pregunta muere cuando tiene respuesta. Por eso este barco que llega, al que ya coquetea su diminuto remolcador y guía, no puede tener respuestas porque pierde su rico misterio si sé cosas de él.

“De La Habana viene un barco cargado de...” recuerdo el juego de letras y palabras que me enseñó mi madre tierra muy adentro hasta donde no llega mar en mi Medellín del alma, lo jugaba con ella y mis hermanos y hoy con mis hijos. Quizás este barco venga de La Habana cargado de…, qué se yo... No importa. Sólo me importa que viene de y está cargado de. Llega al puerto más discreto y profundo que encontraron los españoles, socavado en la costa por corrientes milenarias en esta bahía bonita y serena con la imponente Sierra misteriosa a su espalda.

Ver barcos que llegan o se van es uno de mis oficios. Llegan esas moles y es como si llegara un mundo ahí adentro para germinar mi imaginación y mis preguntas. En las mañanas, a medios días y en los atardeceres me gusta verlos llegar a mi puerto. Casi silenciosos, solo un ronroneo se escucha entre olas reventonas aisladas, entre ¡patrón tire una moneda!, entre ¡helados!, ¡cerveza!, y entre la algarabía de cientos de pericos que se disputan las ramas de los almendros en las tardes.

Todos tenemos un puerto a donde llegar y de donde partir, y en donde ver llegar y ver partir. En este sosegaban los tayronas; llegó el notario sevillano Bastidas sometió y fundó; arremetió el vicealmirante inglés Goodson e incendió; y desembarcó mi general Bolívar para morir vencido, dejar su corazón y zarpar luego vacío y triunfante en patriótica paradoja.

Mi vocación es preguntar; es mi manera de vivir aunque sé que nunca tendré respuestas finales, porque las respuestas se convierten en preguntas y así hasta nunca terminar. Y qué mejor teatro de preguntas que un puerto donde llega lo inédito, marinos de todo el mundo, todos los idiomas, todos los trebejos, todas las razas. También salen..., y se me está ocurriendo que un día quizá sí intente responderme una pregunta: me quedaré mucho tiempo acá sentado para calcular si mi país se está saliendo o se está llenando de lo que estos buques traen a mi puerto o se llevan de mi puerto.
La yuca revolucionaria
Por Álvaro González Uribe
Julio 1 de 2011

“Una simple mata de yuca produjo un trancón frente a Meridiana Radio, emisora comunitaria de Santa Ana, Magdalena. El tubérculo fue llevado al medio de comunicación por Edgar Méndez López, quien dijo que por el peso su vehículo se le espichó tres veces antes de llegar a su destino” (El Informador, Santa Marta, 6-6-11).

Y expresó don Tomás Jiménez Alvear, el campesino que sembró la planta: "Yo soy el hombre que sé cómo se siembra la yuca para que salga paría, eso no lo sabe todo el mundo, es un arte, como el que toca acordeón o escribe poesía…".

¿Qué tal esa pieza magistral amables lectores? Sólo faltan acordeón, caja y guacharaca y queda el vallenato listo, sin necesidad de arreglos ni coros ni más arandelas.

Disfruto cosechar estas noticias que brotan en tierra caribe, cuyo diario suceder reafirma a Macondo en el tiempo y nos recuerda los vallenatos marca Escalona. Tales sucesos son el insumo silvestre de novelas, cuentos y canciones, y sólo esperan por alguien que les dé forma literaria o los musicalice, como Gabo o Rafa el sobrino del obispo. Por lo pronto, yo intento narrarlos en mis columnas, lo cual me divierte mucho al igual que creo también alegra a los lectores.

Porque la nota sigue: “Jiménez Alvear, un agricultor de 75 años de edad, dijo que sembró esa vástiga de yuca mona blanca el primero de febrero del 2010, por lo que sólo cuenta con un año y cuatro meses; sin embargo, estaba tan desarrollada que para arrancarla necesitó ayuda de cuatro personas.”

Y agregó don Tomás: "Antes de morir tengo que dar el secreto a uno de mis nietos, pero todavía no porque después me falseo; yo reto a los tapieros, batalleros, jaraberos y san fernanderos, a que siembren junto conmigo, el mismo día y en la misma tierra para que vean que eso va en la mano, no a todo el mundo le pare igual la yuca".

Amodorrado en la ribera derecha del río Magdalena a la altura de Mompox, el apacible municipio de Santa Ana se conmocionó con la super yuca gigante cuya foto publicó el periódico El Informador. Al verla, en verdad queda uno sorprendido y a la vez extrañado: ¿si en esta tierra pasan estas cosas por qué el pueblo aguanta hambre?, o al menos ¿por qué algunos se aburren o a todo le sacan pero?

Sin duda, el Ministerio de Agricultura debe contratar a don Tomás Jiménez para que -previa la compra de los derechos sobre su “arte” u obtención vegetal- sea quien lidere el mejoramiento del clave sector agrícola del país y por ahí derecho les quite las caras largas a todos. Esa yuca puede ser la revolución del agro colombiano al incrementar su productividad y generar unos ingresos seguros.

Es que no fue cualquier rabanito: “Por su parte, yuqueros de profesión como Pedro Martínez, Manuel Navarro, Eduardo Armenta y Carlos González no sólo se santiguaron al ver el tamaño de la yuca, sino que se quitaban el sombrero, ya que en su larga experiencia como cultivadores de mandioca, nunca vieron una que midiera 97 centímetros de largo y 48 de espesor. Por su lado, Donaldo Paternina, presidente de la Asociación de Campesinos de Santa Ana, al conocer esta noticia, expresó que se le hizo un homenaje al señor Tomás Jiménez Alvear el 5 de junio, Día del Campesino…”.

No es más. Gustoso, feliz y facilito hoy cumplí con ustedes pacientes lectores y les gorreé mi columna al periodista de El Informador y al compadre Tomás Jiménez; que sea otro homenaje a este inédito juglar del departamento del Magdalena, al yuquero más berraco de toda la región y sus alrededores. Bueno, sí hay más: reto al que sea capaz de encontrar en el mundo otro más teso pa’ sembrar yuca y pa´ narrar. ¡Juepajé, ay hombe, viva el Caribe carajo que yo invito hoy!
¿Y los indignados de Colombia?
Por Álvaro González Uribe
Junio 23 de 2011

“indignación. 1 f. Enojo, ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos” (Diccionario de la lengua española).

Muchos pensaron que el movimiento de “Los indignados” o 15-M nacido formalmente el pasado 15 de mayo en España se iría diluyendo. Sin embargo, pese a ciertos amagos de dispersión el movimiento ha recobrado fuerzas. Ya sin el supuesto señuelo de unas elecciones inminentes, los indignados de España se fortalecen y crecen, pues cada vez se destapan más ciudadanos auto reprimidos o inducidos en un letargo mental colectivo de varios años que ahora sale a la luz pública.

Incluso, crece la cantidad de países donde este fenómeno se replica, ya sea con características similares a las de España o con otras propias de cada pueblo, pero siempre con la misma esencia: la indignación por la persistencia de un estado de cosas que poco a poco ha ido asfixiando los espíritus, succionándole al ciudadano su humanismo y la razón de su existencia.

En el fondo subyace esa especie de angustia existencial individual y colectiva, cuya desesperanza nace de un statu quo atornillado en beneficio de quienes se tomaron al mundo con simple ánimo de lucro, carentes de alma y por tanto de ideologías o creencias para llenarlas. Por eso los indignados no tienen banderas partidistas ni religiosas, y si sabemos leer bien sus pretensiones, vemos que solo flamean la bandera del humanismo, exigen poder ser nuevamente humanos, tratados como tales y tener un mundo viable.

En Colombia estamos empantanados desde hace más de 200 años cuando ni siquiera éramos Colombia. Hoy se percibe un cansancio de gobiernos si se quiere más absurdos que ineficientes o corruptos, donde ya ni vale la pena señalar a alguno en específico. Es una hartera general con una dirigencia histórica que gobierna en círculos como el tiempo de Macondo, donde unos nutren su favor popular de los errores de sus antecesores y éstos de aquellos sucesiva y al parecer infinitamente si no rompemos esa inercia.

En Colombia son 200 años de indignación pero con una diferencia respecto a otros países: sin indignados que se manifiesten de una manera inteligente y efectiva; sin indignados que no busquen simplemente reemplazar a los indignantes de turno para hacer lo mismo que éstos; sin indignados que no tengan ambiciones de poder por poder o cobrar vindictas personales. Por eso no pueden ser indignados la guerrilla, ni la oposición del momento, ni quienes buscan refundar la patria o vengarse.

El actual momento nacional puede ser histórico si los colombianos queremos. Hoy las cosas están puestas en bandeja para iniciar un gran movimiento de naturaleza y objetivos muy diferentes a los surgidos antes, involucrado en la dinámica del efecto dominó español, árabe y de otros países. Ya están los ingredientes maduros: la avalancha arrasadora de perversidades que se están destapando, sumada al hastío por una histórica violencia de todo tipo y color, por una delincuencia vestida de narcotráfico hoy, de contrabando antes y de cuello blanco siempre, por los atropellos oficiales y privados, por la injusticia, la pobreza y las desatenciones del Estado.

En Colombia estamos indignados, tenemos mayores motivos para estarlo que los españoles. No nos leemos en los partidos, ni en los grupos guerrilleros ni en la inacción de las religiones ni de los abstencionistas ni apáticos, porque además la indignación es también contra ellos, contra sus métodos y su inoperancia.

Tenemos “enojo, ira, enfado vehemente” contra tanta inmundicia junta y sin vergüenza, parapetada cobardemente en las brumas de las selvas y montañas de Colombia, y tras los escritorios en guaridas públicas y privadas.
La bogotanización de Colombia

Por Álvaro González Uribe
Junio 17 de 2011

Los lectores habrán notado que en los últimos meses las noticias de Colombia cada vez están siendo más acaparadas por Bogotá, hasta el punto de que las regiones y demás ciudades solo tenemos breves espacios cuando ocurren hechos de sangre torrentosa -crónicas rojas de provincia que les encantan allí- o cuando de alguna manera afectan a la helada villa de Jiménez de Quesada.

En Bogotá lógicamente pasan más cosas por su condición de capital, por ser asiento de los órganos de poder nacional, y porque es la ciudad más grande, pero el motivo de la sobreinformación no puede ser ese, porque hay 40 millones de colombianos que no vivimos allí y la geografía nacional es mucho más amplia. Sin duda, hay miopía o quizás comodidad de varios periodistas que no salen de la Sabana o que se contagiaron de la bacteria del centralismo.

En las demás ciudades y regiones estamos cansados de que a toda hora nos estén contando repetidamente las tragedias de una tal Veintiséis (¿es una calle o una bacrim?); que un transmilenio se chocó; que inauguraron el portal (¿de Belén o web?); que la terna o los candidatos para la Alcaldía (la toman como si fuera la Presidencia de la República); que el anticipo de cierta obra; que la venta de ETB; que fulanita manejaba ebria; que Millonarios y Santa Fe (ni en eso hay equidad); que el futuro de la Séptima (¿papeleta?); que Suba (¿a dónde?); que la operación retorno va sin tropiezos; que el rio Bogotá (como si no hubieran más ríos en Colombia); y qué nombre le pondremos a Eldorado materile-rile-ro; en fin. Quizá sean hechos importantes para esa porción de terreno, pero con tanta información ajena la otra Colombia se queda viendo un chispero y le toca pellizcarse para ver si existe.

Se trata de otra manifestación del centralismo consuetudinario que empieza por las leyes y se mantiene nutrido por el arribismo de muchos, incluyendo provincianos convencidos de que todo lo de Bogotá es lo “in”, y que hablan más de la “zonarrosa” y de “andrescarnederrés” que de los piqueteaderos, tiendas o fondas de su departamento de origen.

Cualquier cosa que pase en una localidad o esquina de Bogotá está repercutiendo innecesaria y hoy infortunadamente en el resto de Colombia. ¿Para qué un país tan grande y diverso si basta con Bogotá? Razón tenía Fajardo cuando al inicio de la trifulca de los verdes por la candidatura a la Alcaldía de la capital, expresó que el país y el Partido Verde estaban atascados en esa ciudad.

No es contra los hermanos rolos, como tampoco tengo nada contra ningún colombiano en razón de su lugar de nacimiento o residencia. Los orígenes de nuestros males humanos están en otro plano. Me parecen absurdos, facilistas y dañinos los regionalismos positivos y negativos. Es más: en el caso que nos ocupa tienen más culpa los bogotanos adoptivos -hoy son más que los divertidos rolos rancios- y muchos habitantes de las regiones con ruana o esmoquin alquilado.

Lea ahora amable lector los titulares de los periódicos que llaman “de circulación nacional”, o escuche y vea los noticieros de radio y TV de las cadenas y canales “nacionales”: cerca del 50 por ciento de lo “nacional” ocurre en Bogotá y solo interesa a los bogotanos.

¿Qué tal si un día en todos los medios de comunicación ensayamos omitir las noticias locales de Bogotá, a no ser que influyan realmente en la vida del resto de Colombia? Es una manera de empezar a reconocer (a conocer, mejor…) a todo el país como base para una descentralización real, equitativa y justa. Bueno, lo que sea, pero por favor: estamos hasta la coronilla hoy de Bogotá, y, lo peor: cansados de su mal ejemplo; ¡Colombia se bogosatanizó!