martes, 22 de marzo de 2011

La cosa negra

Álvaro González Uribe, 5 de marzo de 2011

Llegó imperceptible. Sólo pocos habitantes empezaron a notar ajeno el aire, unos por su organismo más sensible y otros porque su antigüedad les había tatuado la otrora doncellez del último oxigeno aspirado por Bolívar. La notoriedad fue creciendo cuando algunos objetos se cubrieron de un leve polvillo negro. Extraño, pero nada de qué preocuparse; total, ya eran 500 años sin mayores desvelos.

Fue la primera ciudad fundada por los españoles en América continental y poco había cambiado si se comparaba con otras urbes tanto del Caribe como de los montes andinos del sur. Claro: más gente y construcciones ya no de madera y palmas sino de ladrillos y cemento que ocupaban mayor área que la prístina aldea de 1525. Pese a su desarrollo comercial impulsado por un puerto naturalmente privilegiado y por el turismo, seguía siendo una ciudad pequeña y tranquila.

Refrescada por los alisios que llegaban del Caribe trayendo arenas del Sahara a su costa y por la clorofila de la Sierra Nevada a sus espaldas, tenía un clima ideal. Ciudad radiante, cuyas largas playas brillaban como oro, sus azules de mar y cielo azulaban como añil, y sus verdes de árboles, cerros y prados verdeaban como esmeraldas. Una caja de colores.

Pero la cosa negra llegó. Venía del sur y del oriente en grandes camiones, en trenes y por el aire, y también del mar cuando cerca del litoral se trepaba en sus olas retornando a tierra.

Poco a poco desaparecieron los colores bajo la cosa negra, y se fueron tupiendo tubos, conductos, los viejos cañones contra piratas y hasta los mínimos vasos capilares por la cosa negra. Ya era lenta la circulación dentro de los cuerpos vivos, en la ciudad y en sus construcciones ante la apelmazada masa peregrina y ubicua de la cosa negra.

Cuando empezó a ser más ostensible algunas voces protestaron, sin embargo, unas se calmaron ante las promesas de los dueños de la cosa negra y otras se fueron apagando cansadas u obstruidas por la cosa negra.

La cosa negra pasaba por la ciudad y sus alrededores para ser embarcada en cientos de buques que la transportaban allende los mares. Pero parte se quedaba enredada en la ciudad, en sus techos y escondrijos, en las sábanas, en las camisas blancas de lino, en las fachadas de la Catedral y de las casas republicanas, en la espuma de la leche de coco y en la verdad del “olparcito”, en los techos, en los trupillos y almendros, en el agua de ríos, fuentes, albercas, ciénaga y mar, y en la gente y los animales por dentro y por fuera.

Un día no hubo ya cómo encontrar una hoja blanca de papel para escribir una protesta, un memorial, una carta de amor o un poema. Muchos recurrieron a pasar su índice por entre la cosa negra para marcar sus palabras encima de lo que fuera.

La cosa negra era poderosa, imponía reglas y dirigentes, y hasta los contenidos de los renegridos textos escolares. Sin duda la cosa negra era la dueña y en tan solo 30 años instaló su manto en la ciudad.

Eso fue hace mucho tiempo. Hoy queda solo una montaña de cosa negra, más montaña que cosa, casi tan alta como la Sierra ya sin penachos blancos y también negra. Quedan sólo dos montañas negras... ¿Y la gente? La mayoría huyó de a poco, y sólo algunos se quedaron: los más obcecados, los incrédulos y los más viejos que como capitanes de barco permanecieron en su otrora cosa colorida, hasta que fueron todos sepultados por la cosa negra.
Prudencia y ética con las denuncias

Álvaro González Uribe, marzo 19 de 2011

En Colombia la gran mayoría de columnas de prensa de las últimas semanas hablan de la corrupción reinante en varias entidades estatales en cabeza de un buen número de funcionarios públicos y contratistas. Sin duda es el tema de moda en este país con sobradas razones. No seré la excepción con este escrito pero lo abordaré de otra manera que creo necesaria: escribiré sobre los no corruptos.

Las noticias sobre distintas formas de corrupción en muchos entes públicos de todos los ámbitos no cesan, y al parecer la cascada no terminará por ahora. Es una realidad triste y por supuesto hay que divulgarla, investigarla, juzgarla y castigarla. Pero está quedando la idea de que son muy pocos los funcionarios públicos y contratistas del Estado que no son corruptos y me opongo rotundamente a esa imagen.

Quizá no sobre decir que no escribo este comentario para defender a ninguno de los actuales acusados, ni más faltaba, quienes me conocen o me han leído saben que soy directo y no tengo temores en señalar la corrupción de todo tipo, pero ante semejante tsunami de noticias creo que los ciudadanos, en especial los jóvenes, no se pueden formar un concepto general falso: que el Estado y las instituciones son un nido lleno de ladrones por todas partes menos por ninguna.

Además, mucho cuidado, hay otro tipo de corrupción y perversidad quizás más dañina, que aunque siempre se ha presentado, en estas épocas confusas de carnavales de carruseles y escándalos es más susceptible de darse: cuando los encargados de acusar, investigar, informar u opinar señalan y hasta se ensañan contra funcionarios probos o instituciones en sí, a veces motivados también por dinero, otras por venganzas o ánimos políticos, y en muchas ocasiones por sensacionalismo vendedor. Por eso hay que tener prudencia y ética, tanto por parte de los medios como por los funcionarios fiscalizadores e investigadores.

Por tal razón, en el caso de los medios es necesario, como escribió hace poco en su columna Carlos Castillo Cardona (Eltiempo.com, 16-2-11) saber -si lo hay- quién es “el amo de las palabras” de periodistas y columnistas, tanto de los que ensalzan como de los que critican.

Por otro lado, urge enseñar a los ciudadanos cuándo los fiscales, jueces y órganos de control llaman a una persona a declarar como testigo o sindicado, a declaración libre y espontanea, qué es indagación preliminar, y en general que aprendan a diferenciar los tecnicismos jurídicos de cada llamado y condición, pues hoy con sólo pasar por la puerta de un juzgado llegan las condenas públicas.

Sé que no faltará quien me haga el comentario de siempre: no sea iluso o soñador, y hasta habrá quien diga que estoy con los corruptos. No importa, simplemente soy sincero y expreso lo que sé: conozco muchísimos funcionarios y contratistas honestos, de hecho, son la mayoría.

No es cierto que todo el mundo tiene un precio y mucho menos que “la corrupción es inherente al ser humano”. No es cierto que todos los colombianos llevamos un corruptico (ni menos un paraquito) en el corazón. En Colombia cunden los hechos de corrupción, sí, pero a Colombia no se la están robando, y la clase política no está podrida. Eso sí, pienso como el ex presidente Turbay: hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones, pero mi opinión es que esas justas proporciones son cero.

Hablo con profundo y comprobado conocimiento de causa. Eso sí: no tengo por qué felicitar a los honestos, es apenas su obligación.

sábado, 19 de marzo de 2011


Chávez, Maradona & Cía.

Álvaro González Uribe, 2 de agosto de 2010

Chávez se volvió la mascota de los personajes más polémicos del mundo, que convirtieron al Palacio de Miraflores en la alfombra roja para exhibir sus rentables excentricidades de farándula, sin ni siquiera recibir petróleo. Antes iban de safari al África o se empelotaban, hoy van a Caracas. Eso sin contar a los pintorescos pero temibles presidentes que usan de vitrina el palacio de Miraflores. ¿Por qué mejor no van retratarse con Shrek, París Hilton o Mike Tyson?

De Maradona ni hablemos. Dios los cría… Había que verlo muy posesionado como un alto asesor enano, observando medio zurumbático con suficiencia a Chávez cuando éste rompía relaciones con Colombia. Con su cabezota parecía uno de esos reencauchados que salen en nuestra TV, mirando para arriba como buscando ovnis, igual que se mantiene siempre, incluso en las canchas. Eso sí, hay que abonarle que estaba enterado de que Santos fue Ministro de Defensa de Uribe, ¡qué politólogo! “Estoy con él a muerte”, esnifó refiriéndose a Hugo. Ya en el 2005 había dicho: “A mi me gustan las mujeres, pero estoy enamorado de Chávez”. En fin, fue muy deportiva la ruptura con Colombia. ¿Tendrá el Pelusa aún el cinco a cero en su cabezota? Ojalá Chávez no lo nombre técnico de la Selección de Venezuela sino ministro de relaciones exteriores; que no se equivoque en esta.

Y si allí estuvo Maradona tan recordado por el pasado Mundial de Fútbol (el hombre de acero: dos a cero, tres a cero, cuatro a cero…), solo faltan en Miraflores dos personajes más importantes y estos sí gratos: el pulpo Paul y la modelo paraguaya Larissa Riquelme “la novia del Mundial”, cada uno al lado de Chávez, sentaditos a su mesa entarimada. Eso sí, que Lari se amarre bien el celular entre sus Andes, pues compitiendo con el manilargo de Paul -ya sin la mano de Dios de Maradona- el paracaidista sería capaz de arrebatarle el aparato con el fin de pegarle una costosa llamadita al compañero Evo, para dar más show y, además, para darnos envidia.

Sean Penn, el niño terrible de Hollywood, que casi siempre hace papeles de malo -se le facilitan por su vida rebelde y díscola- ha declarado su amor a Chávez y lo ha visitado en dos ocasiones; quizás haber sido esposo de Madonna lo emparenta con Ma-ra-dona. Oliver Stone, el talentoso pero provocador y torpe director de cine (dijo que las Farc son heroicas), hasta documental le hizo.

Naomi Campbell, la agresiva modelo con líos de drogas y alcohol, también es admiradora de Chávez, ¿qué tan raro, no? Se mechonea (¿esa será la famosa “Mechuda?) con sus asistentes y la grosería se le sale por todas partes facilito; yo prefiero a Larissa que se le salen otras cosas mejores, también por todas partes. Igualmente Kevin Spacey, otro actor con fama de rebelde -algunos dicen que “enigmático”- es fan del Coronel.

Y hay más. La cantante rockera Courtney Love, viuda del fallecido líder de la famosa banda Nirvana -el mítico Kurt Kobain-, carne de chismes de baja cama, ex drogadicta y peleadora, pertenece también al club del “político favorito de los famosos” como lo llama la página web de Orange (¡qué famosos, por Dios!, yo los llamaría “los famosos alternativos”). Incluso, la Love dijo que no descarta un romance con Hugo y que lo pilló mirándola sugestivamente. Danny Glover engrosa el elenco y parece ser el formalito del grupo, aunque claro, como buen actor sabe arrimarse a donde están los flashes destellando hacia lo que se atraviese.

Sinceramente, no creo que estas estrellas estrelladas entiendan mucho de política y sepan qué es socialismo o capitalismo, ni distingan entre un cilindro bomba o una motosierra -al igual que Chávez- ni conozcan lo que su ídolo realmente es ni el daño que está causando, pero ellas lo ven como otro actor de cine en acción, estrambótico y farandulero, una especie de King Kong, Gotzilla o Pie Grande, diferente y desfachatado en contraste con los elegantes hombres y mujeres de estado. Y eso los “mata”, como dicen las señoras.

¿Cuándo le llegará el otoño sin que llegue a patriarca?

viernes, 18 de marzo de 2011

Balón de letras

Álvaro González Uribe, 20 de junio de 2010

A propósito del pasado Mundial de Fútbol -¡Oh dicha!-, no sé qué sea más grato y sorprendente, que la literatura tenga al fútbol como tema o que este deporte dé hasta para la literatura. Ambas actividades se enriquecen de esa unión. Recuerdo durante el Hay Festival de Cartagena del 2007 un delicioso diálogo entre Daniel Samper Pizano, el cronista deportivo español Santiago Segurola y el ex futbolista Jorge Valdano sobre el fútbol y su relación con el arte de las letras; o viceversa. Se ha escrito mucho sobre la unión entre fútbol y literatura, matrimonio que unos alaban y otros aborrecen, como Borges, quien con su odio al fútbol lo estigmatizó para los intelectuales.

Lo cierto es que el fútbol ha sido tema de escritores famosos, tales como Sábato (fue jugador de divisiones inferiores), Camilo José Cela, Kundera y hasta el taciturno Miguel Hernández. También escribieron sobre fútbol -unos con meras alusiones y otros en abundancia- Vargas Llosa, Umberto Eco, Cortázar, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano, Alfonso Alcalde, e incluso los míticos Alberti y Benedetti (recuerdo su cuento, “Puntero izquierdo”).

¿Y qué tal esta?: “El goleador es siempre el mejor poeta del año”, escribió el inmenso director de cine Pasolini.

Lo que sí parece mentira, y que dice mucho de Neruda y también del fútbol, es que el etéreo poeta haya pensado alguna vez en este deporte tan terrenal -quizás entonces no lo sea tanto- para incluirlo aunque fuera fugazmente en su obra. ¡Quién lo creyera!: Puedo meter los autogoles más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: El equipo está estrellado, y tiritan, azules, los astros, en la cancha. O dirigido al goleador del equipo contrario: Me gustas cuando no haces goles porque estás como ausente... Bueno, éstas son parodias mías, pero el gran poeta de América sí mencionó al fútbol en “Colección Nocturna”: “(…) Mi pardo corcel de sombra se agiganta, / y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas, / sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball, / del viento ceñidos pasamos (…)”.

Y miremos el partido al contrario: Si bien hay escritores que se han metido con el fútbol, también hay futbolistas metidos con la literatura, así no sea la más encopetada. El caso actual más significativo es el del mismo Jorge Valdano, campeón mundial con Argentina en 1986.

También en el tema entran locutores radiales de fútbol, a quienes algunos odian por gritones pero muchos idolatran, haciéndolos incluso más famosos que a los mismos jugadores. Juan Sasturain, escritor y periodista deportivo argentino -citado por la escritora Ángela Pradelli- dijo que el narrador de fútbol cuenta un cuento; relata con su propio estilo lo que ve, y que eso es arte. Creo que sí lo es. En Colombia diríamos que son cuenteros. Tiene que ser arte esa capacidad de hacer surgir sentimientos de toda índole en un radioescucha a quien el buen locutor es capaz de meterle en cabeza y corazón un partido con colores, olores, temperaturas y sudores.

El narrador de fútbol cuenta su propio partido, diferente al que se juega en la cancha por mucho que intente ser fiel, y ello, aunque parezca absurdo, es precisamente lo artístico. Crea su propio partido con palabras, hasta el punto de que dos locutores narran partidos completamente diferentes, así observen el mismo encuentro en la misma cancha y a la misma hora. Generan sensaciones distintas, y la realidad, a fin de cuentas, nos llega convertida en sensaciones. Y esa es la realidad...

Y dijo también Sasturain: “El manejo de la pelota, como del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad”.

Pitazo final:Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida… Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol…”. Palabras aparecidas en la revista argentina La Maga, cuya autoría es del ex arquero del equipo juvenil de la Universidad de Argelia -RUA-, el inquieto Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957.

viernes, 4 de marzo de 2011

El sanitario de Lennon
Por Álvaro González Uribe, 27 de agosto de 2010


La noticia no fue presentada en los medios como una extrañeza. Conjuntamente con un raro disco suyo que tuvo más despliegue, se informó que un inodoro usado por el asesinado ex beatle John Lennon será sometido a subasta, o a “puja” dice al inicio la nota de la agencia Efe, término más apropiado para el objeto ofrecido.

Conociendo a los fanáticos del cuarteto de Liverpool -entre ellos yo- no es de extrañar el hecho. Cualquier objeto que por alguna circunstancia haya estado en contacto o pasado por alguna presa de los cuatro genios musicales tiene un gran valor. En Medellín el chisme -nunca supe si cierto o no- era que “Chamizo”, un conocido vendedor de discos del Centro, atesoraba una colilla de cigarrillo de uno de ellos, no recuerdo de cuál.

Termina la nota de la Agencia Efe: “El otro objeto estrella de la subasta lo constituyen pedazos del inodoro de Lennon, procedentes de su hogar de Tittenhurst Park, la casa en la que el músico habitó entre 1969 y 1972. En su día, Lennon pidió al constructor John Hancock que se quedara con la taza de porcelana ‘y la usara como maceta’ después de que él se hiciera instalar un nuevo aseo. Dicha taza de váter se instaló en un cobertizo que tenía Hancock en su domicilio y ahí se mantuvo durante 40 años hasta el día en que ese último falleció recientemente. Ahora ese objeto podría venderse por una suma de entre 750 y 1.000 libras.” (Luego de escribir esta columna, hace dos días fue subastado efectivamente en 9.500 libras -14.740 dólares-, es decir, cerca de nueve veces más…).

De todas maneras, no deja de ser jocoso que esta vez la reliquia de marras sea un sanitario, inodoro, retrete, taza, letrina, váter o escusado, aunque tampoco es un caso único en el mundo. Hace cerca de cinco años fue noticia nacional que de la casa museo del maestro Lucho Bermúdez en El Carmen de Bolívar, se robaron su mica (bacinilla, hermana menor del sanitario) que estaba expuesta junto con objetos menos prosaicos del gran músico. Cuentan que sobre su pequeño trono portátil de peltre, nuestra famosa gloria colombiana compuso la canción “Salsipuedes”, durante un largo ataque de estreñimiento.

En Boston existe el Museo Americano de Inodoros, mientras que en Nueva Delhi está el Museo Internacional del Inodoro, según sus dueños para “denunciar que 2.500 millones de personas carecen de acceso a sanitarios en el mundo”. En ambos hay cientos de estos aparatos de todas las formas, colores y épocas. Interesante, pues sin duda forman parte de la cultura humana. No creo que allí exhiban los extravagantes sanitarios con manijas de oro que tenían los mafiosos colombianos y quién sabe cuáles otros potentados fríos y calientes.

A veces se nos olvida que hasta los personajes más poderosos, importantes, santos y famosos también van al baño, como decimos en Colombia por decir “ir al sanitario” o “hacer p… o p…”, como si eso fuera indecente. Vergonzoso sería esperar o no ir, lo cual podría contribuir al calentamiento global, a marchitar un arbolito, o convertirnos en blanco de una culebra o de algún sádico en un matorral cualquiera. Todos decimos "voy al baño", y aparecemos secos -no siempre- e igual de sucios en un restaurante, oficina o donde sea.

De sanitarios sé otra historia que creo verdadera de tanto expresarla su protagonista. Siendo éste piloto de una conocida aerolínea comercial, hace cerca de 40 años volaba encima de Aracataca, y como su copiloto cataquero se lamentaba mucho de cierto mal trato en su pueblo natal, mi amigo el capitán descargó el contenido del sanitario del avión encima de Macondo (no sé si llegaría congelado). El Capi adoba la historia diciendo que el cura estaba en misa campal y al ver caer el producto cantó aleluyas por el maná que caía del cielo.

Lo del cura por ser carreta no deja de ser gracioso. Hoy en los aviones se usan químicos que neutralizan los contenidos de los sanitarios, pero antes se descargaban en tierra tal y como salen a luz. Eso sí, imagino que pocos lo hacían en vuelo y menos sobre la tierra del realismo mágico, pero, ¿qué otro pueblo podía recibir ese particular maná de los cielos sino Macondo? Quizás devolvía favores Remedios, la bella.
Por los oprimidos, ¡Presente!
Por Álvaro González uribe, noviembre 15 de 2008

Soy un oprimido en Colombia. No califico como indígena, ni como afrodescendenciente, ni amenazado, ni desplazado, ni damnificado, ni pobre (aunque eso es relativo), ni rico (también relativo), ni discapacitado, ni adulto mayor, ni madre cabeza de familia, ni LGTB, ni uribista o antiuribista, ni de izquierda o derecha si es que el asunto es de lados.

Tampoco soy niño, ni mujer, ni desmovilizado, ni reinsertado, ni sindicalista, ni exportador, ni campesino, ni cortero, ni cafetero, ni minifundista o latifundista, ni acreedor de pirámides, ni vivo en zona de alto riesgo ni al lado del volcán Machín o del nevado del Huila, ni soy gestante ni lactante. En resumen, los de mi condición que aparentemente somos la mayoría “no somos nada”, como decía el borracho ya en las ultimas de su rasca. Bueno, al menos soy “verdadero negativo” y no “falso positivo”.

Es jocoso pero cierto. Ese desubique tiene su profundidad y paradójicamente se volvió discriminación. La gran torta social quedó del tamaño de un comapán de tanto sacarle tajadas para proteger y compensar a varios sectores, es decir, la mayoría quedó minoría. Empezamos ya a ser los vulnerables y vulnerados, pues nos dejó el bus de los subsidios, los privilegios, las exenciones, las exoneraciones, las bonificaciones, las indemnizaciones, las reparaciones, las gabelas, las prebendas, los CERT, las compensaciones, las canonjías, y los perdones y los olvidos.

Somos una minoría sufrida, olvidada, desplazada, descamisada, mejor dicho, jodida, con el agravante de que casi todos los "dis", los “ados” y los "istas" nos miran maluco como los causantes de sus males, aunque yo diría que más bien, por el contrario, somos los generadores de sus beneficios, pues hacemos esa diferencia que les ayuda a aliviar sus carencias, lo que además, y dejo claro, no crítico y me parece justo.

Cuando lleno cualquier formulario siempre me toca dejar en blanco las casillas donde indagan por alguna condición especial o vulnerable, según los parámetros actuales. En un principio debería dar gracias a Dios, a mi’apá y a mi’amá y a todos los que han contribuido a que esté mejor y sobreviviendo (y las doy, claro), pero pensándolo bien, esas casillas vacías lo dejan a uno abandonado a la suerte de los que tenemos que pelear solos contra el mundo, sin ayuda de nadie.

Y digamos que eso suena justo y ¡hágale!, pero es que se exageró, y los que se supone estamos equipados con todas las herramientas para defendernos, quedamos en desventaja frente a las herramientas no convencionales de los clasificados como vulnerables.

De todo esto me hizo caer en cuenta Obama en su discurso aquella noche de Chicago, cuando se refirió a los diversos sectores que votaron por él, incluyendo a "los discapacitados o no discapacitados", frase ésta que me llamó la atención, ¡al fin alguien se acordaba de mi!

Quizá en el sueño americano de los americanos de Estados Unidos (pues los gringos se creen los únicos americanos y los demás nos tragamos el cuento) funcione esa igualdad para muchas cosas, pero acá no. Acá hay que buscar rapidito alguna vulnerabilidad de cualquier tipo porque sino quedamos “out”.

Y lo peor como ya dije, somos los culpables o nos hacen sentir así: todos los padres maltratamos, secuestramos o asesinamos a los hijos, todos los blancos despojamos a los indígenas y discriminamos a los negros, los hombres somos todos machistas e infieles, todos los maridos les pegamos a las esposas (de uno), y siga que cárcel, purgatorio e infierno son poquito.

Propongo una marcha hacia Bogotá de todos los que no somos indígenas, ni discapacitados, ni madres cabeza de familia, ni afrodescendientes, ni niños, ni ancianos, ni desplazados, ni amenazados, ni exportadores, ni sindicalistas, ni mujeres, ni desmovilizados, ni estrato uno, ni víctimas de minas antipersonas, ni nada..., eso: de los que no “somos nada”. ¿Será que nos juntamos siquiera tres, y que, además, no nos linchan en el camino por explotadores, discriminadores y abusivos?
Los cinco y seis

Por Álvaro González Uribe, febrero 12 de 2010, Santa Marta, tierra santa.

Para un político, un gobernante e incluso un columnista, es casi suicida interceder por los estratos cinco y seis, así la gran mayoría de aquéllos esté ubicada en esos rangos y los defienda bajo la mesa. Es populismo; o como si apoyarlos fuera vergonzante. Pues a mi no me da pena; no busco votos y, además, he abogado por los menos favorecidos y más golpeados en decenas de columnas y actos de  mi vida, diciendo y haciendo.

A los más jóvenes les cuento que el 5 y 6 era un juego de apuestas en carreras de caballos cuando había hípica en Bogotá. Pues bien: los cinco y seis nos ganamos el 5 y 6 sin comprarlo.

Para el Estado yo soy de estrato seis, pero no estoy realmente allí, soy clase media. Vivo como muchos de mis “conestratarios” o más abajito, alcanzado y preocupado, en especial por la futura universidad de mis hijos. Mi secuestro sería el peor negocio. Es que no tiene por qué darme pena, pues lo poco que tengo lo consigo cada día honradamente con trabajo duro y no exploto a nadie, como igual pasa con la gran mayoría cinco y seis.

Algunos piensan que los cinco y seis son los más ricos y no hay tal. Claro que vivimos bastante mejor (económicamente) que muchos otros colombianos, pero es un adefesio eso de resultar uno del mismo estrato de don Luis Carlos Sarmiento, los Nules o Víctor Carranza. Por eso pido establecer los estratos 20, 30 o más, pues la posición económica de estos magnates -los honrados y los no tanto-, y de otros menos ricos, sobrepasa de lejos la nuestra.

Incluso, otra variable estratos-férica más diciente y real sería establecer los estratos cero, menos uno y hasta menos cinco, dejando el máximo en seis o subiéndolo. Hay muchísima gente en Colombia cuya terrible y dolorosa pobreza estaría más fielmente representada con estratos negativos.

Lo más rentable políticamente es tirarles duro -o al menos gritarlo- a los “ricos” cinco y seis; da votos y popularidad. Absurdo: la gran mayoría de cinco y seis no es rica en cierto sentido de la palabra: vive al día, y con un boquete pequeño que le abran queda en la quiebra, pues su presupuesto es milimétricamente ajustado. Muchos tres y cuatros se dan lujos que yo no he olido, y tienen todo el derecho, ni más faltaba.

Ejemplo reciente es la célebre reforma al sistema de salud, que obliga a los cinco y seis a pagar total o parcialmente los servicios que queden por fuera del POS (las prestaciones excepcionales en salud) acudiendo a las sagradas cesantías, a los ahorros pensionales, y a onerosos préstamos bancarios.

Como los cinco y seis normalitos nos movemos por la calle y convivimos con todos los estratos, nos ganamos los coscorrones por envidias y resentimientos, pues los altos cacaos nunca se mezclan. Somos el blanco móvil que recibe las pedradas por ellos, los apretones de los gobiernos y las arengas de varios políticos, que en campaña se vuelven pobres y se rebajan abolengos, pese a que casi todos son cinco y seis, y muchos 20 y 30.

Y hay más: casi todos los cinco y seis no tenemos cómo defendernos de las medidas oficiales, ni hacer lobby ante los gobiernos, y tampoco podemos -ni queremos- pagar astutos contadores y abogados maromeros que se balancean en la tenue línea entre lo legal y lo ilegal.

Como he participado en muchas actividades ciudadanas, me he ganado vainazos de algunos dirigentes de izquierda y de ONG, por ser dizque estrato cinco o seis -o por tener cara de eso- pese a que he sido defensor de los demás estratos en varias batallas de mi vida. Obvio: para cierta dirigencia de izquierda es mejor tirarle a uno que a los grandes potentados, pues así quedan ante sus camaradas como luchadores populares frenteros y se evitan pelear con quienes financian campañas, les hacen donaciones y tienen el poder real. Es un teatrico hasta de lo más rentable y sabroso. Y ni se diga de los mafiosos y corruptos, que pasaron de largo y rapidito por los rangos cinco y seis atropellándolos, como a todos.

¡No más, qué estripamos a los 1, 2, 3 y 4! ¡No más totogoles a los 5 y 6! ¡Los 5 y 6 unidos, jamás serán vencidos!
Des-ex-perado

Por Álvaro González Uribe, enero 24 de 2009

Escrito sacado del "desván" como modesto homenaje y dedicatoria a la valiente e inteligente columnista Claudia López, la santa patrona de nosotros los columnistas (no se ría Claudia ni los demás tampoco, es verdad; yo vi cómo pisó un elefante sin querer queriendo). Y que Dios, Alá y los demás de arriba, abajo y los lados la mantengan en su gloria y en su tribuna, amén.

Ernesto Samper: estrella extinta haciendo el oso mayor al tratar de reencenderse infructuosamente. Si dejara el desespero por subir de nuevo a los altos titulares su controvertida presidencia titilaría menos. Buen muchacho como otros, pero su ambición le perpetró a su patria una honda herida.

A Samper le abonábamos su buen humor y chispazos entre tanto político serio y malencarado. Pero exageró, y sobre todo ahora su trasnochado afán de protagonismo lo está mutando en un Chespirito político. Hace poco Juan Paz en su columna dominical de El Mundo de Medellín narró la última serie de samperinas. Entre varias, allí el doctor Ernesto se refirió a “Garzón y Fajardo, que tratarán de hacer política sin partido, que es como volar sin avión” (El Mundo, Juan Paz, 4-01-09). Si así fuera, eso es mejor que volar en un avión destartalado, corroído y con gasolina dudosa como la mayoría de los actuales partidos.

No calificaré el elefante ni la ceguera de sus espaldas ni el aquí-estoy-aquí-me-quedo; eso quedó en la historia como ejemplo o escarmiento, y cada uno lo juzgará. Pero hablaré del espectáculo deplorable que está dando: proponiendo de todo aquí y allá, y bautizando procesos y actuaciones en el intento de ser original y diferente para destacarse.

Una de sus estrategias es tomarse la herencia de López Michelsen: la liberación de los secuestrados y el intercambio humanitario, misión que López asumió en sus últimos años con fundamento jurídico y no con arremetidas mediáticas y reactivas como las de Samper.

A López se le veía sinceridad y pasión por el tema, pero a Samper no porque se limita a frases efectistas y superficiales, sin que yo crea que no le importen los secuestrados. Es que en Samper refulge el ánimo de tomar alguna bandera con audiencia, y hoy es la de los secuestrados y como ayer mañana será otra y pasado mañana cambiará. Muestra inconsistencia ideológica y política, hasta el punto de que no se sabe en qué lado o partido está, o si hoy es independiente. Esa impresión queda de sus salidas dispersas opinando sobre lo divino y lo humano.

Por muchos esfuerzos que haga, Samper cargará siempre el pesado síndrome del elefante del cual no lo emancipará la opinión pública. Quedó para siempre marcado con uno de los gobiernos más controvertidos de la historia, así el Congreso lo haya absuelto. Eso a la gente no le importó, pues lo tomó como una simple formalidad, si es que le paró bolas o recuerda los mogollones y compañías.

Para más Belisario, que sabiendo qué le corría y corre pierna arriba con la retoma del Palacio de Justicia, se guareció en sus cuarteles intelectuales y poéticos a vivir su merecido idilio con Dalita, intentando con cierto éxito una imagen de dulce patriarca cano más allá del bien y del mal que lo ha protegido de esculcadas, hasta que le llegue la hora de partida o de iniciar sus visitas a las cortes. Salud y larga vida para el príncipe de Amagá, pero está en una carrera contra el tiempo.

Samper en cambio se resiste al retiro que sería lo más lógico, pues bien barata la sacó para que ahora quiera reencaucharse con temas tan difíciles sobre los que poca autoridad moral tiene. Muchos de sus defensores en su Presidencia lo fueron más de las instituciones y del Partido Liberal que de él como persona, pero ya no es presidente ni representa las instituciones ni se sabe de cuál partido es. Así que defensores ahora, pocos.

Samper debería limitarse a los cocteles con Bessudo e Ivonne Nichols con vaso de whisquy en la mano y sonrisa fotográfica en la cara, echando chistes con la realeza chibcho-santafereña en donde debe ser arrollador. O a cocinar con D’Artagnan...

Lo importante es que no la embarre con sus flojas notas de salón, lo cual hasta ahora no ha sucedido por su intrascendencia ontológica. Pero ojo, fue presidente de Colombia, un puestico clave con peso internacional, cuya honorabilidad -la del cargo- no se puede arriesgar deambulando por páginas, partidos, gobiernos y entrevistas prefabricadas.
Muros

Por Álvaro Gonzálerz Uribe, noviembre 19 de 2009
Los hay de todos los tamaños, alturas, longitudes, espesores y colores. Los hay para separar países, ciudades, barrios, ideologías y clases sociales. Los hay para defenderse, para impedir el avance de otros seres humanos o las reacciones de la naturaleza atropellada. Los hay de diferentes nombres: muralla, pared, paredón, cerca, dique, presa, empalizada, cortina, o simplemente “muro”.

Los hay, los ha habido y los habrá en todas partes: en Berlín, en China, al norte del Imperio Romano, en el Medio Oriente, entre Estados Unidos y Méjico, en Jerusalén, en Chipre, en Río de Janeiro, entre dos barrios de Santa Marta en Colombia. Los hay, los ha habido y los habrá rodeando palacios imperiales, soberbias mansiones, urbanizaciones, ciudades como corralitos de piedra que llaman graciosamente quizás para maquillar sus causas históricas de codicia y violencia. Los hay, los ha habido y los habrá para fortalecer fortalezas inexpugnables donde se decide la suerte de miles, donde se planea, se conspira, se prepara, y entonces se llaman búnkeres, fortines, pentágonos, kremlines, casas blancas o rosadas o verdes. Hubo uno virtual pero efectivo, de un sólido y frio hierro que se llamó cortina.

También hay muros para matar y se llaman paredones; para pintar arte y se llaman murales; para quejarse o suplicar deseos y se llama de las Lamentaciones; para vociferar grafitis; para fijar avisos; para escalar y poder alcanzar algo o simplemente de escalar; para expulsar aguas mayores urgentes (o hacer pipí que es lo mismo); para esconder lo malo y también lo bueno; para poner contra ellos la suela de un zapato y la espalda, y pararse a conversar o a ver pasar el mundo.

Los muros separan, ocultan, detienen, contienen, restringen, amparan, insultan, consuelan, excluyen, atemorizan, protegen, desprecian, desafían, frustran. Los muros pueden ser compinches, camaradas, enemigos, armas de guerra, políticas públicas, clamores sociales, medios de comunicación, refugios, pañuelos, parches, letrinas.

¿Qué sería de la historia de la humanidad sin muros? ¿Sin posibilidad de dividir, de aislar, de contener y de esconder?

Hay muros de la infamia, de ladrillos, de ignominia, de cemento, de sigilo, de alambre de púas, de odio, de rejas eléctricas, de vergüenza, de piedra, de humo cómplice y distractor, de tapia. Hay muros de kilómetros y kilómetros y son murallas; de cien metros o menos y son paredes o paredones; de diez centímetros y son columnas o picotas.

Hay muros, hubo muros, y habrá muros. Unos han sido derribados y celebramos el vigésimo o enésimo aniversario de su caída; otros murieron, son cadáveres y quedan sólo como testigos de la historia milenaria; muchos están vivos y cumplen su tarea; algunos están siendo levantados hoy; y varios se fraguan como siempre sucederá mientras el ser humano se odie y desprecie entre sí, mientras no se tolere, mientras ambicione lo del otro, mientras necesite un apoyo o una barrera en su prepotencia o fragilidad física y espiritual, y mientras no respete la naturaleza o la vida de sus propios descendientes que es lo mismo.
La sociedad perversa
Por Álvaro González Uribe, septiempbre 4 de 2009 


La sociedad mundial de hoy está diseñada para que funcione de una manera perversa. Se produce, se anuncia, se vende y se consume con el objetivo de reparar las consecuencias fatales de los hechos, acciones o fenómenos, pero se hace poco para evitarlas. Es el gran negocio, el juego inteligente y maléfico: si se atacaran las causas el mundo sería menos costoso para las personas, éstas pagarían menos, pero entonces así no funcionarían las grandes empresas, que a su vez alimentan a los gobiernos triunfadores en un contubernio perfecto.

El mundo sufriría menos si se atacaran las raíces de los problemas, pero eso no conviene. Actuar sobre el daño, mitigar el dolor ya producido es más rentable que impedirlo. Suena demoniaco y a veces no lo advertimos, pero así está concebido, quizás sin premeditación del proceso completo por parte de algunos actores.

Se requiere la enfermedad, que llegue, que se expanda, que cause bajas, que meta miedo, pues sólo así entra el dinero a chorros que se obtiene con la cura. Y a veces ni con ésta: sólo con el poder que representa la posibilidad de ofrecerla.

Los médicos sin la enfermedad no servirían y las medicinas tampoco. Los ejércitos sin las guerras serían inútiles, y también los negociadores, los gestores, los comisionados de paz y los que oran por ésta. Las funerarias sin tantos muertos serían mal negocio, y las fábricas de pañuelos y de sufragios quebrarían.

Tampoco existirían ciertos políticos sin un pueblo hambriento, pues hay que dejarle el estómago vacío para ganar su favor prometiendo perpetuamente sacarlo de la miseria.

El negocio es apagar incendios, no impedirlos. El que se está quemando paga lo que sea para dejar de arder, en cambio el que no se ha quemado poco piensa en ello, y el previsivo no paga tanto como al desesperado le toca hacerlo entre las llamas.

Hay que llevar al ser humano al límite, al filo de la navaja, a una situación angustiante y desesperada que lo obligue a adoptar determinada conducta, a comprar cierto servicio o producto. Es una forma de alienar, de chantajear.

Es el hado de la sociedad actual: dejar y hasta propiciar que todo ocurra para llegar en el último momento a salvar a un costo más alto. Eso implica más espectáculo, mayor solidaridad y por tanto cobrar más y recibir mayor pago, agradecimiento y dependencia del salvado.

Las entidades estatales destinadas a esas misiones son poco de “prevención de desastres” y más de atención de desastres, son de socorro y no de previsión, de después y no de antes. El sistema está diseñado para llegar al extremo. La planeación ni la prevención ni la seguridad existen, no tanto por falta de cultura como se piensa, sino porque su ausencia es más rentable económica y políticamente; y hasta religiosamente en una religión mal entendida: la de la limosna, la compasión y las indulgencias.

Luce más, sale más en los medios, y por tanto gana más y obtiene mayor reconocimiento quien captura y condena al asesino que quien lo impide, e incluso es más beneficiado y recibe más gratitud quien consuela y da el pésame a los familiares de las víctimas, en especial si el solidario es importante.

En Colombia tenemos un caso patético: son ensalzados y aplaudidos, no quienes evitan las muertes y los secuestros -ni siquiera quienes jamás recurren a esos medios- sino aquellos que entregan pruebas de supervivencia, que desencadenan, o que dicen dónde están los cadáveres que ellos mismos volvieron tales.

Hay que agradecer infinitamente al gobierno porque ubica, desentierra, identifica y entrega huesos, pero jamás criticarlo por no haber sido Estado, por no haber defendido a las víctimas de quienes mataron, descuarizaron y desaparecieron porque optaron por salirse de la ley y de la sociedad.

Es la misma lógica que magnifica a quienes promueven las cadenas perpetuas y no a quienes trabajan por evitar las violaciones de menores. El que construye políticas públicas para prevenir el delito es invisible, y por eso nadie se dedica a ello.
PONENCIA
 LA TRANSPARENCIA EN LA GESTIÓN PÚBLICA DE LA REGIÓN CARIBE: PAPEL DE LA UNIVERSIDAD

Ponencia de Álvaro González Uribe para evento “Adopción de Políticas de Visibilidad y Rendición de Cuentas como Instrumento para la Lucha contra la Corrupción”, y firma Pacto por la Transparencia. Organizan: Vicepresidencia de la República, Programa Presidencial de Modernización, Eficiencia, Transparencia y Lucha contra la Corrupción, y Universidad del Magdalena, Santa Marta, diciembre 1º de 2009.

En todos los niveles y sectores de cualquier administración pública enmarcada dentro de un Estado democrático, la transparencia integral es un elemento básico para mantener sanas las instituciones. No se trata sólo de una simple cualidad, o de un valor a perseguir, sino de algo mucho más trascendental: Sin transparencia no puede haber institucionalidad, ni legitimidad, ni gobernabilidad, y cualquier política pública que se intente implementar está condenada al fracaso, pues carece de la suficiente confianza por parte de los gobernados.

Es que para poder sacar adelante sus planes, programas y proyectos, los gobiernos y las entidades públicas necesitan el concurso de los ciudadanos, y ello únicamente es posible con la generación de confianza mutua.

Y esa confianza tiene una sola manera de construirse: creando los mecanismos que permitan a los ciudadanos examinar las actuaciones de los funcionarios públicos, es decir, incentivando la transparencia.

Lo que se hace a espaldas del pueblo o en la oscuridad de las oficinas públicas, por bien intencionado que pueda ser, genera un manto de dudas y suspicacias, que es necesario evitar si queremos un Estado ágil, eficiente y eficaz, líder en la realización de los sueños que en Colombia tenemos aplazados desde hace mucho, quizás durante toda nuestra historia: la paz, el desarrollo integral, y la equidad.

Varios son los enemigos de la probidad en el manejo de lo público: deficiente formación en valores por parte de algunos funcionarios; ausencia de normas y mecanismos pertinentes y modernos; y una organización inadecuada en lo concerniente a la estructura horizontal, vertical, temática y territorial del Estado.

Algunos hacen énfasis en esa organización territorial poco funcional, en especial en el manejo de los asuntos públicos en las regiones, y por ello concluyen que el sistema de autonomía regional y de descentralización impide un control eficaz por parte de la administración central, y que por tanto es el causante de la principal tronera por la cual se fugan los dineros públicos. Nada más errado y más común en la idiosincrasia colombiana: culpar los sistemas exculpando las personas, en una suerte de fetichismo legal, complaciente con el delincuente pero duro con el delito vacío escrito en los códigos.

Nadie puede negar que la corrupción regional es una realidad en Colombia, pero dicho flagelo también se presenta en varias entidades centrales en igual o mayor intensidad, y muchas veces ambas esferas actúan en connivencia, con la desventaja para las regiones de que tal vez por su mayor debilidad aparecen como las únicas y principales culpables, en perjuicio de la institucionalidad de gobiernos y entidades departamentales, distritales y municipales; institucionalidad ésta indispensable, sobre todo hoy como soporte para contrarrestar la delincuencia organizada de todos los orígenes, pues es su deber acompañar al Gobierno Central en la lucha contra los grupos ilegales y la delincuencia común.

Y lo grave no es que se ponga en la picota pública a las regiones, pues ese es un clamor que incluso nace desde acá mismo, lo grave es que por no investigar y castigar esas actuaciones en su totalidad, quede viva una de las fuentes del mal, y que siga entonces haciendo de las suyas aquí, allá o en cualquier parte.

De manera pues que visto desde una región, no se trata “de mal de muchos consuelo de tontos”, sino de erradicar definitivamente ese mal nacional tan vergonzoso, preséntese donde se presente. Necesitamos que “alias corrupción” sea detenido lo más pronto posible.

El departamento del Magdalena y la región Caribe, han sido casi históricamente señalados como corruptos con el dedo acusador del interior del país. Exagerado o no según algunos, tal señalamiento es una realidad parcial que no podemos tapar acusando de igual forma al resto del país que también la vive. Pero de todas maneras, una mirada nacional (advierto: sin que eso signifique quitar los ojos de nuestra región) es justa si queremos una justicia nacional, alejada de regionalismos vanos que sólo pretenden romper la cuerda por el lugar más débil para dejar intacta la cepa del cáncer, y, en otros casos, para mostrar justicia parcial mediática.

Por ejemplo, en los últimos meses casi todo el país está mirando sólo hacia el Magdalena, en un sonado caso que no vale la pena mencionar acá porque todos conocen. Nada más adecuado que se investigue y sancione con el peso de la ley a los culpables de que la región esté mostrando sólo una mínima faceta de lo que es.

Lo importante es que toda Colombia sepa que los actos de corrupción que se han presentado en este Departamento y en la región Caribe, no son la característica esencial y mayoritaria de un pueblo; que la gran mayoría de habitantes del Caribe no sólo le apuesta a jugar limpio y a cumplir la ley, sino también a coadyuvar con los organismos de control y de justicia, con el Estado Nacional, y con los medios de comunicación responsables, en la denuncia e investigación de quienes han enturbiado la imagen de un pueblo que es por naturaleza honrado y cumplidor de su deber.

Quizás en esto último sí han faltado mayor firmeza y pasión, y debemos avanzar decisivamente en una labor más proactiva. Por tanto, hoy este acto debe ser visto por todo el país como una muestra de que los magdalenenses y los habitantes del Caribe sí censuramos la corrupción, que no es nuestro estilo de vida, y que somos conscientes de que hay que luchar contra ella, sean de donde sean los culpables y los beneficiados.

La Universidad del Magdalena, como alma máter del Departamento (bella expresión latina que significa “madre nutricia”, y por ello la traigo a colación), es el espacio ideal para gritar a los cuatro vientos nuestro compromiso con la transparencia. De la universidad emana el material humano que nutre la dirigencia, en ella se investiga lo necesario para que las bases de la transparencia sean pertinentes y modernas, y debe ser ejemplo social de manejo de lo público en la región.

Esta Universidad hace cerca de 11 años se encontraba sumida en una situación oscura, que la tuvo casi al borde de su desaparición, precisamente por el desgreño administrativo, los malos manejos, la negligencia y la ausencia de gestión, todo amparado y alimentado por la falta de transparencia y el ocultamiento de la información.

Afortunadamente, con base en un ejercicio de participación ciudadana y de la comunidad universitaria, de voluntad política, y de un esfuerzo de gestión institucional ante los gobiernos regionales y central, la Universidad del Magdalena pudo salir adelante, y convertirse en lo que es hoy.

Ese buen manejo transparente, participativo y esforzado, arrojó unos frutos que hoy traigo como ejemplo, pues muestran a Santa Marta, al Departamento, a la región Caribe, y a Colombia, que ser transparente y legal sí paga. Dos cifras sueltas hablan por sí solas:

Un oneroso déficit de 26.000 millones de pesos en 1997, fue transformado en un sano y real presupuesto de 74.000 millones en el presente año, convirtiéndonos en una entidad de educación superior pública de alta credibilidad para las instituciones financieras internacionales. En ese mismo año, 1997, se matricularon en pregrado apenas 2.206 estudiantes, y en el año actual lo hicieron 9.625.

Pero esos esfuerzos que sirvieron para salir de ese difícil trance los hemos seguido manteniendo y vigorizado en el tiempo, día a día, como única manera de continuar por nuestra ruta y de crecer sin pausa.

La actual Administración cada vez intensifica más los procesos de participación como manera de legitimar y dar trasparencia a sus actos, involucrando a la comunidad universitaria en todas las acciones que lo ameriten. También, ha fortalecido la evaluación y la rendición de cuentas por convicción, como lo establece el Plan de Gobierno 2008-2012, y tiene como labor esencial la autoevaluación y la acreditación en todos los procesos: académicos, de investigación, de extensión, administrativos y financieros, en los cuales son claves la probidad y la transparencia.

La rendición de cuentas y la cultura de la información son hoy elementos esenciales en cualquier administración, y, valga decirlo, no solo de la administración pública. Por ello es clave que los estudiantes se formen en esa costumbre, pues muchos de ellos ingresarán mañana a la empresa privada, y serán los encargados de expandir esa cultura corporativa, como aporte fundamental a la responsabilidad social de la empresa privada.

El hecho de que acá en nuestras instalaciones sea donde se realice este evento, es para nosotros muy significativo, pues lo tomamos como un acto de confianza y de reconocimiento a la labor realizada, que como ya expresé, nos permitió, así fuese con sudor y lágrimas, convertirnos en la Institución que hoy somos.

Nos falta mucho por recorrer y vamos en ese camino, pues las lágrimas y el sudor siempre serán consecuencia grata del trabajo esforzado, al cual además en el Caribe le mezclamos con responsabilidad la alegría de una idiosincrasia creativa, indispensable para una Colombia que a veces se sume en una explicable tristeza.

El acto de hoy incrementa nuestra responsabilidad y nos da más fuerzas para continuar, no sólo actuando internamente con transparencia, en especial con mecanismos ideales como la rendición de cuentas, sino extendiéndolos con nuestro liderazgo a la región en todos los sectores sociales, públicos y privados. Somos una Universidad visible; un faro cuya luz debe iluminar toda la región. Muchas gracias.

Álvaro González Uribe
Centro de Investigación en Gobierno y Políticas Públicas
Vicerrectoría de Investigación
Universidad del Magdalena
Santa Marta D.T.C.H.