viernes, 4 de marzo de 2011

El cuarteto celestial
Por Álvaro González Uribe, marzo 18 de 2010

Primero fue José Barros: hace tres años desapareció -dicen- río Yuma abajo desde su Banco viejo puerto navegando en una piragua que le prestó Guillermo, de los Cubillos de Chimichagua. Después, hace casi un año, Escalona se fue a vivir en una casa en el aire. Luego, el pasado enero, Jaime Erre Echavarría subió a iluminar para siempre las noches de Cartagena. Y para cerrar esta diáspora musical, hace poco Jorge Villamil se difuminó entre las espumas que lleva el ancho río Magdalena. Fueron cuatro colosales compositores colombianos que se apagaron corporalmente en los últimos tres años. Diversos estilos y terruños, pero el mismo país, de regiones.

Dos era profesionales, que dicen: Jaime Erre, ingeniero químico, y Villamil médico; y los otros dos, Escalona y Barros, aunque no universitarios tenían más cultura que cualquier “doctor”. Dos eran caribes (Escalona y Barros), y dos andinos (Villamil y Jaime R); cachacos y costeños. Los cuatro resumen la riqueza cultural y artística de una sola Colombia, diversa y polifacética; un armónico popurrí inmarcesible y jubiloso, un colorido mosaico amarillo, azul y rojo.

Los cuatro compartieron una carencia, fecunda en su caso: no estudiaron música de academia ni sabían de notas ni solfeos; eran maestros del tarareo y del silbeo, y sus partos melodiosos brotaban en cualquier vereda, pueblo o paraje. De comadrona ungía algún amigo, lugar o remembranza cómplices.

Cuando evoco a estos cuatro prodigios cierro mis ojos y siento deslizarme en una piragua sobre las espumas de un ancho río pensando en alguna Matilde Lina de mi vida al son de la brisa cálida que murmura toda una serenata tropical.

Cuando voy por la calle y me acuerdo de estos cuatro gigantes aunque esté envuelto en polvaredas que se levantan en los caminos me dejo hasta robar de un ratero honrado así me queden pesares y pesares que luego me lavo en el fresco Guatapurí o acallo con el suave rumor que tiene el mar.

Pesares…, y pasearon por casi todos los estilos y ritmos colombianos y hasta extranjeros. Barros fue el más polifacético: incluso compuso tangos, y Agustín Lara lo señaló como “el mejor compositor de América”. Jaime Erre, paisa de corbata rumbero y enamorado, era de música fácil y resbalada, cantaba como respirando y respiraba componiendo. Escalona, la leyenda, galante y elegante, fue un cronista de su tierra, y consolidó en la cumbre más alta el ritmo que identifica a Colombia: el vallenato. Villamil, caballero mamador de gallo, fue un acuarelista del Tolima Grande y de otras geografías de Colombia, pero igualmente sabía pintar la profundidad de alma humana con cadenciosas pinceladas.

¿Barros Palomino José Benito?, ¿Escalona Martínez Rafael Calixto?, ¿Echavarría Villegas Jaime Rudesindo?, ¿Villamil Cordovez Jorge Augusto?: No-presentes, se fueron; ya nunca volverán pero nos dejaron sus canciones. Le robaron a las flores todo su encanto y color, y las convirtieron en hermosas letras y ritmos danzantes formando el paisaje. Uno va por la calle, y mientras se va llenando la noche con rumores de sus canciones, en cualquier esquina le sale por aquí, le sale por allá, alguna melodía de estos cuatro luceros. En fin, como de humanos ya se nos fueron…, pero de recuerdo nos dejaron un paseo, para amar o llorar bajo guaduales, un palo de mango o algún ejército de estrellas, mientras enredamos en cualquier ventana una serenata de amor.

Maestros: y entonces los tenemos que llorar, y de ñapa los tenemos que rezar. Gracias por habernos robado el alma sin tener compasión, gracias por esparcir notas, ritmos, melodías y sabias frases y versos en sabanas, montañas, playas, ríos, bosques, cumbres, valles, pueblos, calles, hogares, y en el corazón de toda Colombia. Sí, de nuestra sufrida Colombialma, maestros, que cuando suena en sus canciones se transforma por cuatro o cinco minutos en el paraíso que debería ser. Por eso necesitamos no olvidarlos: para poder vivir.

¡Pssst, pssst!, maestros: ¿cómo está la rumba allí?, ¿me invitan?, yo subo el ron, el guaro, el olparcito y el doble anís.

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