viernes, 4 de marzo de 2011

La sociedad perversa
Por Álvaro González Uribe, septiempbre 4 de 2009 


La sociedad mundial de hoy está diseñada para que funcione de una manera perversa. Se produce, se anuncia, se vende y se consume con el objetivo de reparar las consecuencias fatales de los hechos, acciones o fenómenos, pero se hace poco para evitarlas. Es el gran negocio, el juego inteligente y maléfico: si se atacaran las causas el mundo sería menos costoso para las personas, éstas pagarían menos, pero entonces así no funcionarían las grandes empresas, que a su vez alimentan a los gobiernos triunfadores en un contubernio perfecto.

El mundo sufriría menos si se atacaran las raíces de los problemas, pero eso no conviene. Actuar sobre el daño, mitigar el dolor ya producido es más rentable que impedirlo. Suena demoniaco y a veces no lo advertimos, pero así está concebido, quizás sin premeditación del proceso completo por parte de algunos actores.

Se requiere la enfermedad, que llegue, que se expanda, que cause bajas, que meta miedo, pues sólo así entra el dinero a chorros que se obtiene con la cura. Y a veces ni con ésta: sólo con el poder que representa la posibilidad de ofrecerla.

Los médicos sin la enfermedad no servirían y las medicinas tampoco. Los ejércitos sin las guerras serían inútiles, y también los negociadores, los gestores, los comisionados de paz y los que oran por ésta. Las funerarias sin tantos muertos serían mal negocio, y las fábricas de pañuelos y de sufragios quebrarían.

Tampoco existirían ciertos políticos sin un pueblo hambriento, pues hay que dejarle el estómago vacío para ganar su favor prometiendo perpetuamente sacarlo de la miseria.

El negocio es apagar incendios, no impedirlos. El que se está quemando paga lo que sea para dejar de arder, en cambio el que no se ha quemado poco piensa en ello, y el previsivo no paga tanto como al desesperado le toca hacerlo entre las llamas.

Hay que llevar al ser humano al límite, al filo de la navaja, a una situación angustiante y desesperada que lo obligue a adoptar determinada conducta, a comprar cierto servicio o producto. Es una forma de alienar, de chantajear.

Es el hado de la sociedad actual: dejar y hasta propiciar que todo ocurra para llegar en el último momento a salvar a un costo más alto. Eso implica más espectáculo, mayor solidaridad y por tanto cobrar más y recibir mayor pago, agradecimiento y dependencia del salvado.

Las entidades estatales destinadas a esas misiones son poco de “prevención de desastres” y más de atención de desastres, son de socorro y no de previsión, de después y no de antes. El sistema está diseñado para llegar al extremo. La planeación ni la prevención ni la seguridad existen, no tanto por falta de cultura como se piensa, sino porque su ausencia es más rentable económica y políticamente; y hasta religiosamente en una religión mal entendida: la de la limosna, la compasión y las indulgencias.

Luce más, sale más en los medios, y por tanto gana más y obtiene mayor reconocimiento quien captura y condena al asesino que quien lo impide, e incluso es más beneficiado y recibe más gratitud quien consuela y da el pésame a los familiares de las víctimas, en especial si el solidario es importante.

En Colombia tenemos un caso patético: son ensalzados y aplaudidos, no quienes evitan las muertes y los secuestros -ni siquiera quienes jamás recurren a esos medios- sino aquellos que entregan pruebas de supervivencia, que desencadenan, o que dicen dónde están los cadáveres que ellos mismos volvieron tales.

Hay que agradecer infinitamente al gobierno porque ubica, desentierra, identifica y entrega huesos, pero jamás criticarlo por no haber sido Estado, por no haber defendido a las víctimas de quienes mataron, descuarizaron y desaparecieron porque optaron por salirse de la ley y de la sociedad.

Es la misma lógica que magnifica a quienes promueven las cadenas perpetuas y no a quienes trabajan por evitar las violaciones de menores. El que construye políticas públicas para prevenir el delito es invisible, y por eso nadie se dedica a ello.

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