viernes, 18 de marzo de 2011

Balón de letras

Álvaro González Uribe, 20 de junio de 2010

A propósito del pasado Mundial de Fútbol -¡Oh dicha!-, no sé qué sea más grato y sorprendente, que la literatura tenga al fútbol como tema o que este deporte dé hasta para la literatura. Ambas actividades se enriquecen de esa unión. Recuerdo durante el Hay Festival de Cartagena del 2007 un delicioso diálogo entre Daniel Samper Pizano, el cronista deportivo español Santiago Segurola y el ex futbolista Jorge Valdano sobre el fútbol y su relación con el arte de las letras; o viceversa. Se ha escrito mucho sobre la unión entre fútbol y literatura, matrimonio que unos alaban y otros aborrecen, como Borges, quien con su odio al fútbol lo estigmatizó para los intelectuales.

Lo cierto es que el fútbol ha sido tema de escritores famosos, tales como Sábato (fue jugador de divisiones inferiores), Camilo José Cela, Kundera y hasta el taciturno Miguel Hernández. También escribieron sobre fútbol -unos con meras alusiones y otros en abundancia- Vargas Llosa, Umberto Eco, Cortázar, Eduardo Galeano, Osvaldo Soriano, Alfonso Alcalde, e incluso los míticos Alberti y Benedetti (recuerdo su cuento, “Puntero izquierdo”).

¿Y qué tal esta?: “El goleador es siempre el mejor poeta del año”, escribió el inmenso director de cine Pasolini.

Lo que sí parece mentira, y que dice mucho de Neruda y también del fútbol, es que el etéreo poeta haya pensado alguna vez en este deporte tan terrenal -quizás entonces no lo sea tanto- para incluirlo aunque fuera fugazmente en su obra. ¡Quién lo creyera!: Puedo meter los autogoles más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: El equipo está estrellado, y tiritan, azules, los astros, en la cancha. O dirigido al goleador del equipo contrario: Me gustas cuando no haces goles porque estás como ausente... Bueno, éstas son parodias mías, pero el gran poeta de América sí mencionó al fútbol en “Colección Nocturna”: “(…) Mi pardo corcel de sombra se agiganta, / y sobre envejecidos tahúres, sobre lenocinios de escaleras gastadas, / sobre lechos de niñas desnudas, entre jugadores de foot-ball, / del viento ceñidos pasamos (…)”.

Y miremos el partido al contrario: Si bien hay escritores que se han metido con el fútbol, también hay futbolistas metidos con la literatura, así no sea la más encopetada. El caso actual más significativo es el del mismo Jorge Valdano, campeón mundial con Argentina en 1986.

También en el tema entran locutores radiales de fútbol, a quienes algunos odian por gritones pero muchos idolatran, haciéndolos incluso más famosos que a los mismos jugadores. Juan Sasturain, escritor y periodista deportivo argentino -citado por la escritora Ángela Pradelli- dijo que el narrador de fútbol cuenta un cuento; relata con su propio estilo lo que ve, y que eso es arte. Creo que sí lo es. En Colombia diríamos que son cuenteros. Tiene que ser arte esa capacidad de hacer surgir sentimientos de toda índole en un radioescucha a quien el buen locutor es capaz de meterle en cabeza y corazón un partido con colores, olores, temperaturas y sudores.

El narrador de fútbol cuenta su propio partido, diferente al que se juega en la cancha por mucho que intente ser fiel, y ello, aunque parezca absurdo, es precisamente lo artístico. Crea su propio partido con palabras, hasta el punto de que dos locutores narran partidos completamente diferentes, así observen el mismo encuentro en la misma cancha y a la misma hora. Generan sensaciones distintas, y la realidad, a fin de cuentas, nos llega convertida en sensaciones. Y esa es la realidad...

Y dijo también Sasturain: “El manejo de la pelota, como del lenguaje -puestos en buenos pies y manos- son un desafío a la creatividad”.

Pitazo final:Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida… Porque, después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, lo que más sé, a la larga, acerca de moral y de las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol…”. Palabras aparecidas en la revista argentina La Maga, cuya autoría es del ex arquero del equipo juvenil de la Universidad de Argelia -RUA-, el inquieto Albert Camus, Premio Nobel de Literatura en 1957.

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