viernes, 4 de marzo de 2011

Muros

Por Álvaro Gonzálerz Uribe, noviembre 19 de 2009
Los hay de todos los tamaños, alturas, longitudes, espesores y colores. Los hay para separar países, ciudades, barrios, ideologías y clases sociales. Los hay para defenderse, para impedir el avance de otros seres humanos o las reacciones de la naturaleza atropellada. Los hay de diferentes nombres: muralla, pared, paredón, cerca, dique, presa, empalizada, cortina, o simplemente “muro”.

Los hay, los ha habido y los habrá en todas partes: en Berlín, en China, al norte del Imperio Romano, en el Medio Oriente, entre Estados Unidos y Méjico, en Jerusalén, en Chipre, en Río de Janeiro, entre dos barrios de Santa Marta en Colombia. Los hay, los ha habido y los habrá rodeando palacios imperiales, soberbias mansiones, urbanizaciones, ciudades como corralitos de piedra que llaman graciosamente quizás para maquillar sus causas históricas de codicia y violencia. Los hay, los ha habido y los habrá para fortalecer fortalezas inexpugnables donde se decide la suerte de miles, donde se planea, se conspira, se prepara, y entonces se llaman búnkeres, fortines, pentágonos, kremlines, casas blancas o rosadas o verdes. Hubo uno virtual pero efectivo, de un sólido y frio hierro que se llamó cortina.

También hay muros para matar y se llaman paredones; para pintar arte y se llaman murales; para quejarse o suplicar deseos y se llama de las Lamentaciones; para vociferar grafitis; para fijar avisos; para escalar y poder alcanzar algo o simplemente de escalar; para expulsar aguas mayores urgentes (o hacer pipí que es lo mismo); para esconder lo malo y también lo bueno; para poner contra ellos la suela de un zapato y la espalda, y pararse a conversar o a ver pasar el mundo.

Los muros separan, ocultan, detienen, contienen, restringen, amparan, insultan, consuelan, excluyen, atemorizan, protegen, desprecian, desafían, frustran. Los muros pueden ser compinches, camaradas, enemigos, armas de guerra, políticas públicas, clamores sociales, medios de comunicación, refugios, pañuelos, parches, letrinas.

¿Qué sería de la historia de la humanidad sin muros? ¿Sin posibilidad de dividir, de aislar, de contener y de esconder?

Hay muros de la infamia, de ladrillos, de ignominia, de cemento, de sigilo, de alambre de púas, de odio, de rejas eléctricas, de vergüenza, de piedra, de humo cómplice y distractor, de tapia. Hay muros de kilómetros y kilómetros y son murallas; de cien metros o menos y son paredes o paredones; de diez centímetros y son columnas o picotas.

Hay muros, hubo muros, y habrá muros. Unos han sido derribados y celebramos el vigésimo o enésimo aniversario de su caída; otros murieron, son cadáveres y quedan sólo como testigos de la historia milenaria; muchos están vivos y cumplen su tarea; algunos están siendo levantados hoy; y varios se fraguan como siempre sucederá mientras el ser humano se odie y desprecie entre sí, mientras no se tolere, mientras ambicione lo del otro, mientras necesite un apoyo o una barrera en su prepotencia o fragilidad física y espiritual, y mientras no respete la naturaleza o la vida de sus propios descendientes que es lo mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario