viernes, 4 de marzo de 2011

Tres tristes trenes

Por Álvaro González Uribe, julio 11 de 2010

La llegada del ferrocarril en todas partes del mundo ha cambiado la historia, casi siempre para bien. Une pueblos. ¿Habrá un verbo más fecundo que unir? Pero, como tantas cosas en la vida, la alegría de unos se construye sobre la tristeza de otros. El desarrollo, y uno de sus impulsores como lo ha sido el tren, siempre llega cargado de novedades buenas y malas. El costo del progreso se puede ver en el deterioro del ambiente, en la ciencia al servicio de la guerra, en el delito y en nuevas enfermedades o la globalización de algunas. La gran pregunta será siempre si el beneficio que trae el desarrollo pesa más que sus inevitables perjuicios, y entonces ahí sí sabremos si fue desarrollo o retroceso.

La zona bananera del departamento del Magdalena (norte), como región conformada por Santa Marta -sede administrativa histórica de la misma- y los actuales municipios de Ciénaga, Pueblo Viejo, Zona Bananera, El Retén, Aracataca, Fundación y Pivijay, ha estado marcada por el ferrocarril. En especial por tres trenes. Tres tristes trenes para unos y tres alegres trenes para otros, como pasa con el desarrollo. En su orden, las estaciones eran Santa Marta, Gaira, Pozos Colorados, Papare, Ciénaga, Riofrío, Varela, Orihueca, Prado-Sevilla, Guacamayal, Guamachito, Tucurinca, Buenos Aires, Aracataca y Fundación. La última era el final de la línea, que además en su recorrido desprendía varios ramales que entraban a las plantaciones. El Ferrocarril del Magdalena nació en 1887 a expensas de la “Santamarta Raylway Co.”, socia de la “United Fruit Company”.

Amarillo fue el primer tren. Era de pasajeros, hoy conocido como “El tren amarillo de Macondo”. A principios del siglo XX sirvió de transporte a quienes portaban la fiebre del banano. Fue el que desparramó La hojarasca de Gabo: “De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos, rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil, la hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de un revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte… (Macondo, 1909)”. Inicio de La hojarasca, de García Márquez.

(Ese tren amarillo lo conocí en marzo del 2007, cuando llegó pitando a Aracataca con Gabo y su esposa Mercedes como principales, acompañados del maestro Escalona y otros ilustres pasajeros. Crucé algunas palabras fugaces con ellos entre la algarabía por el retorno del Nobel a su pueblo natal, motivo de una fiesta callejera pública que ya no recuerdo si fue real o alucinación. Simplemente, fue).

También a principios del siglo pasado circuló otro tren: El tren verde, que transportaba el banano cultivado por la “yunai” hacia los barcos que lo llevaban a Europa y Estados Unidos. El banano, el “oro verde”, cuyo auge trajo riqueza y esplendor, luego muerte y desolación, e inequidad siempre. Fue un espejismo, dice en El misterio de los Buendía (Editorial Nueva América, 2006) el profundo historiador de la tierra Guillermo Henríquez Torres. Cuenta mi amigo también cienaguero Camilo Camargo, que el tren no era verde sino rojo, pero verde era su carga. Entre mito y realidad, Gabo narra en Cien años de soledad que en ese tren cargaron los muertos de la masacre de las bananeras (1928) para botarlos al mar verde y canoso de Ciénaga.

Hoy queda el tercer tren, el tren negro, que no es negro sino gris: el que trae el carbón desde las minas del Cesar para ser embarcado en varios puertos, esparciendo un polvillo negro que se encarama en tejados, árboles, balcones, muebles y se instala en las playas y en el azul marino, mientras por cerca de diez minutos retumba periódicamente en los oídos de habitantes y turistas, y hace temblar ventanales y muros de casas y hoteles. Todo debido al mal manejo y al incumplimiento de normas y promesas.

Tres trenes: el amarillo, el verde y el negro. Tres grupos de beneficiados y tres de perjudicados. Tres alegres trenes para unos pocos, tres tristes trenes para muchos… Es la historia del desarrollo de Colombia por la trunca carrilera de la inequidad sobre durmientes de desidia con pesadillas de violencia.

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