jueves, 3 de marzo de 2011

Prólogo del libro "De Bolombolo a Aracataca"

La A y la O de Aracataca, Bolombolo y Álvaro
Por Héctor Abad Faciolince


         Uno de los oficios más gratos que tenemos los comentaristas de prensa consiste en leer a nuestros colegas, los otros columnistas de prensa. En general sólo leemos a dos tipos de escritores de artículos: a los que odiamos -por sus ideas, por su estilo, por lo que defienden, por lo que destruyen- y a los que nos gustan mucho -por simpatía, por identidad de criterio, por amistad, porque queremos aprender de ellos-. Álvaro González Uribe, a quien leo desde hace mucho tiempo en El Mundo de Medellín, es de este segundo tipo.

Me gusta de su estilo la ensoñación bucólica, el apego a la tierra, o mejor, a las tierras: las caribes del mar y las montañosas de Antioquia. La forma serena en que se deslizan sus reflexiones y anécdotas, revelan al hombre que hay detrás de los escritos: un buen corazón, un alma justa, una persona conciliadora que tiende a la ensoñación y es siempre bien intencionada. Nadie más alejado de la mala leche (vicio tan común en nuestra profesión) que este hombre de las montañas trasplantado y perfectamente adaptado a la Costa. El tono de su voz es pausado y claro, sus intenciones limpias.

Destaco en sus escritos el gusto por el neologismo, la atracción romántica por la ensoñación asociada a la vista del paisaje (de ahí surgen sus escritos más poéticos), el gusto por la paradoja (“hay que prohibir a los ciclistas para que no se dopen”), los experimentos verbales con juegos de palabras (una perorata en la que todas las palabras del artículo empiezan por P), la mezcla justa entre temas aparentemente frívolos y temas trascendentes. En sus notas de prensa podemos encontrar divagaciones sobre cantantes, sobre fútbol, sobre personajes mitológicos regionales, pero hay también valientes protestas por la muerte que nos llega de manos de los salvajes grupos paramilitares o de cualquier otro grupo violento, mafioso, delincuencial o guerrillero. Aunque a veces caiga en cierto esoterismo para explicar el realismo mágico de la provincia donde ahora vive, en general conserva su mente escéptica y racional de divertido cazafantasmas. Unos fantasmas que a veces son autoridades autoritarias de carne y hueso a las que  denuncia (por ejemplo cuando fue detenido por cumplir su deber como veedor electoral), y a veces, simplemente, la ofensa y el llanto por los desaparecidos de este país.

Destaco, finalmente, la ecuanimidad y honestidad intelectual de Álvaro González Uribe. No hay trampa en sus escritos ni hay sectarismo alguno. Desarrolla su argumentación de una manera abierta al diálogo y a la crítica: en todo cuanto escribe revela lo que es: un anti-fanático, un hombre de mente abierta que mira al país con ojos críticos pero sin sucumbir al pesimismo de la inacción. Confía en que podemos progresar y redimirnos, y al mismo tiempo destaca las maravillas naturales que tenemos, y que podríamos disfrutar si consiguiéramos salir de la violencia. Aracataca y Bolomobolo, esos nombres armónicos en su insistencia vocálica, esas cacofonías que nos hacen sonreír, son el símbolo ideal de la mente del columnista, y los sitios perfectos de las dos regiones de Colombia que han dividido su corazón sin partirlo. Sin partirlo, digo, porque se ve que pone el corazón entero en los dos sitios, como quien ama sin remordimiento y sin contradicción “dos mujeres a la vez”. Muy sano, en un país de rencores regionalistas, contar con este amante de la rubia y la morena.

1 comentario:

  1. Para los que tenemos el honor, gusto y placer de conocer personalmente al autor, podemos decir que la descripcion que hace Hector Abad en el prologo es perfecta.

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